martes, 5 de febrero de 2013

Enfermedades no tan venereas



Me acusa de ansiedades la mente y yo a ella de raciocinios prepotentes. Se agota en vericuetos fundados para asimilarme lo obvio y yo con despreocupada admiración de su certeza procrastino mi entereza a los cuatro tiempos.
Deshonra y belleza hay en tanta batalla de futuros carente. Vástagos de una prisión se arremolinan en fangosas veredas. Pero eso sí, como si un Ícaro fueran, pasan criterios a los anacoretas.
Y observan (ambas) aleladas (ambas) como se escapa y se escapa la tantaleada maleza y para colmo de males en una ignota quimera a cuestas. Y aleladas sonríen con esculpidas molduras sonrisadas completas de perlas.
Escolta de castillos cuya mi misión es cultivar la puerta mas nunca acercarse a la mútida piedra de la recámara bella. ¡Cuidadla! ¡Cuidadla! Que el campeón está cerca. El muerto y el próximo y yo cuidando la puerta.
Si cierro la llave olvido la puerta. Si la puerta no me sabe ¿Por qué no cuidarla me aterra? ¿Si soy tan vidrio a los ojos de tanta piedra?
Idiotas de mí, no hay ya princesas, sonrisas y media vuelta.

martes, 16 de octubre de 2012

Kryptonita: Un Superman argentino entre Patoruzú y Afanancio



Kryptonita: Un  Superman argentino entre Patoruzú y Afanancio
                Mi primer contacto con la fantasía heroica no proviene de los mitos griegos o americanos. Los primeros años de mi imaginación no se moldearon en base a los héroes épicos provenientes de la tradición literaria europea. Tampoco fueron los superhéroes norteamericanos los primeros que utilizando disfraces y súper poderes, me hicieron querer combatir a los villanos y defender a los inocentes.   Los primeros personajes que comenzaron a formar mi idea de lo que debía ser un héroe fueron El Zorro y Patoruzú.
                Solía comprar todos los fines de semana (o cada quince días, ya no lo recuerdo con precisión) las historias de ese aborigen bueno, generoso y  lleno de imprecisiones históricas que Dante Quinterno había creado. Uno de los elementos que llamaba mi atención era que su vocabulario era similar al que yo oía todos los días, el otro era que el escenario de sus aventuras era la misma Patagonia que yo habitaba.
                Había algo mágico, especial, en Patoruzú. Algo que hacía que si bien yo no esperaba cruzármelo en la calle como algunos niños miran el cielo esperando a Superman, tampoco podía estar seguro de que no existía.
                En esa línea imprecisa entre la realidad y la ficción ubicaba a Patoruzú en mi mente, hasta el día en que, al adquirir la última revista que registraba las aventuras del Cacique Tehuelche, noté algo extraño. Transitadas las primeras páginas de la revista descubrí con una sensación imprecisa que la historia la conocía, que ya la había leído. Lo que había sido publicado como una historia nueva (hasta lo decía en la tapa) era en realidad una vieja historia a la que se le había colocado una nueva tapa. Este descubrimiento quebró algo en la manera de percibir las historias de Patoruzú. Indudablemente él era ahora un personaje de ficción. No era real. Era tan lejano para mí como el Zorro que residía en California. Ya no era real.
                El tiempo pasó y luego vinieron los superhéroes norteamericanos. Los de DC comics preferentemente. Batman (mi favorito), Superman, Wonder Woman, etc. Con estos nuevos héroes nunca tuve la cercanía que había tenido con Patoruzú, eran personajes de ficción. Por algunos de ellos sentía gran aprecio y admiración, pero no era nada más que eso. De alguna manera, aunque su ética y moral en la mayoría de los casos eran tan o menos intachables que la del cacique, eran más modelos a seguir que personajes que yo deseaba conocer. Sus ciudades eran ficticias y muy distintas a las que yo conocía, su tecnología era superior e inexistente, sus vestimentas eran extrañas y en algunos casos poco apropiadas para una actividad física que incluía viajar al espacio, saltar edificios y luchar contra seres todopoderosos.
                   Luego de leer Kryptonita de Leandro  Oyola volví a  sentir esa sensación de que los superhéroes pueden estar allí afuera. Pero no con trajes especiales ni poderes demenciales. Ni siquiera precisan ser superhéroes a la manera que la define el comic, pero una pizca de realidad puede haber en las historias de Batman o Superman.
                Esta percepción proviene del uso que hace el autor de un recurso ya conocido en el mundillo de los comics, me refiero a lo que la compañía DC Comics, editora de las historias de los superhéroes mencionados anteriormente denomina Elseworlds (literalmente, "Otros mundos"). En estos Elseworlds a los autores se les permite cambiar detalles de las historias de sus personajes. Alterar su Presente, futuro o pasado para situarlo en un lugar o situación distintas a las de su historia regular. Producto de esta alteración hemos tenido un Superman comunista o medieval, un Batman nacido en metrópolis, héroes intentando detener el juicio final y un largo número de etcéteras. Todas estas historias parecieran plantearse como la respuesta a una pregunta, por ejemplo ¿Qué sucedería si Superman nunca hubiese dejado Krypton?
                Kryptonita pareciera haber surgido como respuesta a la pregunta ¿Qué hubiese sucedido si los superhéroes de la liga de la justicia hubiesen nacido en el conurbano bonaerense? La respuesta es aparentemente muy sencilla: Serían delincuentes.
                Pero tras la aparente sencillez de la respuesta no se encuentra una simple traslación de los personajes a nuestra tierra y un cambio del deseo de justicia por una sed de injusticia. Así como Afanancio, el célebre personaje de la historieta nacional de los años 60´s y 70´s era ladrón y al mismo tiempo un justiciero, ya que si bien su cleptomanía lo llevaba a cometer delitos, muchas veces, sus víctimas eran otros delincuentes, los personajes de Kryptonita guardan algo de esa dualidad debido a que el autor busca trazar la formación de los mismos a través de hechos relevantes de su vida y si hay algo que se repite en todos los personajes, en todas las anécdotas y situaciones es la injusticia. Desde el comienzo mismo del libro, que tiene por escenario la guardia de un hospital, la injusticia se hace presente con la muerte de un delincuente menor de edad al que los médicos no intentaron salvar. Este hecho no es presentado como una novedad por el narrador. El médico que relata la historia nos lo señala como un suceso común, al igual que las guardias extensas o la locura y el alcoholismo de sus colegas. La muerte del muchacho convoca al consultorio a un demonio amarillo, el Demonio Etrigan (aunque nunca es llamado con su nombre). Este personaje poco conocido, excepto para los lectores de comics,  permanecerá allí toda la obra como un recordatorio de la injusticia cometida.
                Pini, conocido como Nafta Súper, nuestro Superman criollo, el líder de una banda de delincuentes, es llevado de urgencia al hospital con un pedazo de vidrio verde perteneciente a una botella de cerveza Heineken. La historia de Nafta Súper es contada por el resto de los miembros de la banda: Lady Di, un travesti que encarna a La Mujer Maravilla, Ráfaga (Flash), Faisán (Linterna Verde) y otros, Pini jamás hablará con voz propia en toda la historia, cada personaje recordará una anécdota, una situación que nos permitirá ir caracterizar tanto la personalidad de Nafta Super como la suya propia y el entorno en el que se formaron. Es una historia llena de desigualdades, marcadas desde la niñez de los personajes. Esa es una lección que todos ellos aprendieron de pequeños. Como cuando Pini, de niño, esperaba que Carozo y Narizotas fueran hasta su casa a tomar la merienda con él como hacían en su programa de televisión hasta que alguien le contó que los adorables peluches nunca cruzaban la avenida General Paz.
                La historia no busca en ningún momento resaltar los poderes que poseen los personajes (aunque estos poderes son reales) sino su comportamiento, su entorno, su mundo lleno de carencias, calles de tierra, muertes evitables como la de la familia de Faisán al incendiarse la casilla en la que vivían o dificultades para acceder a una adecuada atención médica. Esto último queda claro cuando se narra que el hijo de Pini debió someterse a una operación y si no fuera por la intervención del Pelado (Lex Luthor) hubiese sido imposible por carecer de obra social . Cabría señalar a la hora de hablar de la construcción de la realidad que en el libro, a la hora de la recreación del discurso de los personajes, criados en un ambiente marginal, son dueños de una gran claridad y orden en el discurso. No existe una representación exacta de lo que tradicionalmente esperaría del tradicional discurso marginal o delincuencial (con todos los preconceptos correspondientes y suponiendo que existiese un discurso delincuencial y marginal) que eso conlleva. Los personajes poseen un discurso claro y ordenado que se encuentra coloreado con algunos vocablos y giros idiomáticos pertenecientes a los grupos anteriormente mencionados. Llama también la atención el correcto uso del inglés en algunos casos, por parte de personajes que no comentan haber tenido educación formal en el idioma. Si bien Kryptonita no es un libro al que podría clasificarse de la escuela Realista pareciera buscar mantener un importante grado de credibilidad que haga al lector identificarse o reconocer ese mundo que habitan y esas situaciones que atraviesan los personajes. Quizás el capitulo que menos respeta esta intención de credibilidad es el que recrea la muerte de Superman.
                La muerte de Superman fue un manotazo de ahogado de la compañía editora de las historias del superhéroe que veía como las ventas disminuían, y para rescatarlo de la desaparición decidió matarlo, sólo para revivirlo unos meses después. En Kryptonita el autor parodia la historia haciendo de Doomsday, asesino de Superman y personaje creado especialmente para esa historia, un policía denominado Cabeza de Tortuga por la indumentaria del equipo especial GEO que utiliza. Todo en esta escena es exagerado, pero algo queda en claro: nada puede matar a Pini, excepto ese pedazo de vidrio clavado en la espalda que hizo que debieran llevarlo a la guardia del hospital, dejando en  vilo a todos los personajes que aguardan su recuperación. Mientras tanto la policía se agolpa a las afueras del hospital, buscando el momento oportuno para ingresar y deshacerse de la banda de la banda de delincuentes.
                Pero no es Doomsday el único villano que aparece, también están retratados el Joker, un negociador de la policía llamado Corona por su similitud con el cómico y el infaltable Lex Luthor, que no es policía ni político como podría esperarse sino que también es delincuente, líder de una banda rival.
                Quien piense que al convertirse en delincuentes Oyola de alguna manera traicionó el espíritu de estos Superhéroes que pertenecían a La liga de la justicia se equivoca. Los personajes de Kryptonita aun siguen buscando justicia, pero una justicia que les permita sentirse iguales dentro de un sistema que diferencia, separa, aparta y crea desigualdades. En el comic norteamericano los superhéroes luchan por mantener al sistema funcionando y hacer justicia dentro de ese sistema, con Superman como máximo representante. En Kryptonita la única manera que encuentran Nafta Súper y sus compañeros de hallar la justicia que nunca se les otorgó de mano de un sistema que excluye, rechaza y genera desigualdades es volverse contra el mismo y enfrentarlo desde la marginalidad.

viernes, 29 de junio de 2012

El mal que pesaba sobre Jorge Centurión. Capítulo II


II

            Con una taza de café  en mano me dirigí a la celda de Jorge Centurión, dispuesto a oír su versión de
  la historia. Para no abundar en excesivos términos clínicos, simplemente diré que el expediente que llegó a mis manos con los resultados de la evaluación psiquiátrica realizada a mi paciente afirmaba que el mismo no 
poseía la capacidad de distinguir entre la realidad y las ficciones que elaboraba su mente. Aquellas imaginaciones que poblaban su pensamiento lo volvían peligroso tanto para quienes lo rodeaban como para sí mismo.
Los resultados de su estado mental habían dejado un número de ocho asesinatos brutales. Las víctimas habían sido previamente torturadas con alevosía y aparente rencor. Un solo hecho me resultaba curioso, Jorge no conocía a ninguna de sus víctimas. En algunos casos había debido viajar grandes distancias, hasta otras provincias inclusive, para llevar acabo los asesinatos. El informe policial parecía indicar que la forma en la que había operado demostraba un gran conocimiento de las actividades de sus víctimas así como de sus hogares. Esto, vuelvo a repetirlo, era imposible ya que, en la mayoría de los casos, Jorge no había tenido contacto alguno con ellas durante toda su vida.
No pareciera tampoco haber ningún patrón en la selección de las víctimas. Estas pertenecían a ambos sexos. Sus edades variaban desde los veinte años hasta los sesenta y cinco, atravesando los treinta, los cuarenta y los cincuenta.
En ninguno de los asesinatos podía verse tampoco un patrón preestablecido para torturar o quitarle la vida a sus víctimas. Parecía actuar sin seguir un plan o sin un gusto particular, como si gustase de probar métodos aleatorios para inflingir dolor en sus víctimas.
La pregunta que cabía hacerse entonces era: ¿Por qué? ¿Por qué un joven pintor de veinticinco años, abandona una vida normal, sin antecedentes policiales o de problemas psiquiátricos y dedica tres años de su juventud a torturar y asesinar personas contra las que no podía poseer encono? La respuesta que él otorgó a quién quisiera oírlo desde el primer día les aseguro que jamás la había oído con anterioridad.
De acuerdo con la información que figuraba en el expediente, Jorge no había modificado en ninguna ocasión sus declaraciones. Desde el primer momento en que fue apresado por la policía local, hasta su última conversación con el fiscal. Una y otra vez explicó el porqué de sus actos con la misma justificación.
Trataré de explicar aquí para ustedes, los motivos bajo los cuales Centurión justificaba sus acciones. De acuerdo con sus afirmaciones, era víctima de un curioso padecimiento, el que lo llevó a cometer los atroces asesinatos a causa de los que fue apresado. Disculpen si demoro en relatarles la causa de los trastornos de Centurión, pero sucede que si no comprenden o deciden aceptar estas causas, entonces no podrán comprender sus acciones. Su justificación, debo decirlo, no se asemejaba a ninguna que yo hubiera oído antes en ninguno de mis pacientes.
Jorge afirmaba que las almas de hombres y mujeres, víctimas de asesinatos violentos, sucedidos días, meses o años antes de los crímenes cometidos por él, reencarnaban en su cuerpo. Sé que suena increíble, también lo fue para mí. Sostenía que las almas de estos hombres y mujeres se hallaban dentro de él, pero no poseían su cuerpo o sus acciones. Simplemente se limitaban a hablarle y a suplicarle u ordenarle que las vengue. Si se negaba o deseaba no hacerlo, ellas le imponían sus recuerdos. Así llamaba Centurión a lo que sucedía cuando comenzaba a ver las muertes de las víctimas que se hallaban en su mente a través de los ojos de estas. Ellas le mostraban los atroces sufrimientos de los que habían sido víctimas, la forma en que sus asesinos los torturaron con furia o con desidia según el caso.
Realizó estas afirmaciones una y otra vez. Aportando detalles cuando se lo solicitaban. Explicando cómo y cuando asesinó a cada persona y explicando paso a paso su proceder, sin demostrar placer ni remordimiento por los actos cometidos. Aunque tampoco se podría afirmar que le fueran indiferentes. Tan solo parecía un hombre consumido por una pena extraordinaria.
Dependía de mí decidir si todo aquello que había declarado era parte de una estratagema ideada con el único objetivo de escapar a la prisión, o si por el contrario, se trataba de una clase de delirio muy particular. Si me hallaba frente al último de estos casos entonces me disponía a documentar de la manera más precisa posible el mal que pesaba sobre Jorge Centurión.












domingo, 22 de abril de 2012

Capítulo I de "El mal que pesaba sobre Jorge Centurion"


El mal que pesaba sobre Jorge Centurión.



I

            Mientras permanecí como director del instituto de salud mental Rudzik no hubo siquiera un caso que pudiese producirme inquietudes más allá de las mínimas y necesarias correspondientes a un profesional de la salud mental. La ciudad de N. no parecía favorecer al trastorno mental de sus residentes. Era ese el motivo por el cual, durante meses, danzó en mis pensamientos la idéa de partir hacia la capital en busca de una actividad intelectualmente más desafiante, aunque esto representara la perdida de un puesto tan importante como el que poseía.
            Me hallaba más cerca que nunca de convertir este pensamiento en acción  cuando Jorge Centurión me otorgó aquello que estaba buscando, un desafío.
            Me sorprendió verlo por primera vez, aunque al momento de su ingreso en el instituto ya había observado su figura al menos una centena de veces entre sus apariciones en los diarios y la televisión. Debo decir que me hallé un poco desilusionado en aquel momento. Un detalle que había captado mi atención acerca del comportamiento de Jorge Centurión era su mirada. Esta, firme y decidida, jamás se encontraba con la de su interlocutor. En todas las entrevistas presentadas por la televisión o en las fotografías publicadas en los diarios su mirada no se encontraba jamás con la cámara o el entrevistador. Mantenía su rostro dirigido hacia su falda y sus ojos encontraban el suelo o los lados. De tanto en tanto observaba a su interlocutor por el espacio fugaz de un segundo y volvía su mirada al suelo.
            Al ingresar al instituto, rodeado de una multitud de periodistas provenientes de la capital y otras provincias, clavó su mirada en mí. El lapso de tiempo fue apenas el de unos escasos segundos. Sin embargo fui incapaz de hallar aquella dureza que creía descubrir en él cuando observaba sus apariciones en televisión. En aquel breve contacto visual atisbé a un hombre doblegado por el peso de un dolor imposible de sobrellevar por más tiempo. No parecía un hombre seguro, y para poder realizar aquellos actos aberrantes de los que se lo acusaba se necesitan ambas cualidades, seguridad y firmeza. Ignoro si yo veía lo que quería ver en él, mediando entre nosotros una cámara, o si realmente el hombre que entró en mi institución era un hombre de actitud distinta a la que yo había observado hasta entonces.
            Jorge fue conducido a su habitación. Hubo que combatir a los periodistas hasta lograr expulsarlos a la calle. Luego hubo que expulsar a todos los fotógrafos que se hallaban ocultos en el interior del instituto (algunos de ellos inclusive disfrazados) con la esperanza de obtener una foto del nuevo interno.
            Luego debí soportar una conferencia de prensa, interminable e inútil, en la que repetí hasta el cansancio que no podía afirmar si el paciente era realmente un trastornado mental o no, ya que aún no había entrado en contacto con él. Afirmé, de todas maneras, que confiaba en el juicio del psiquiatra que había declarado a Jorge Centurión incapaz de ser juzgado debido a que su estado mental no se correspondía con el de una persona en su sano juicio, pero que mi deber era realizar una nueva pericia y eso llevaría tiempo.
            Para cuando hube terminado, simplemente deseaba llegar a mi hogar para abrazar a Celina y a mi pequeña Melissa. En el trayecto medité acerca de cuanto había mentido en las entrevistas. Si bien era verdad que jamás había hablado con Centurión, ya me había hecho a la idea de que su locura era real y no fingida. Aunque para afirmarlo debía esperar aun el transcurso de un día, hasta nuestra primera entrevista. Debía actuar con extrema cautela, pues el periodismo de todo el país se hallaba ansioso por obtener novedades acerca del hombre que había ganado la atención y despertado el horror en todos los que habían oído acerca de su existencia.


NO te duermas. Entre los brazos del día y las fauces del sonido.

NO te vayas, entre palabras que alfombran los pasos de la luz.

NO te vayas, quédate en esta confortable oscuridad. EN este avasallador silencio. Entre pasillos vacíos y momentos muertos.

NO dejes que tomen tu mano las alegrías, que no te invadan las carcajadas, que no, que no, que no, que no.
 NO digas si. NO aceptes. Es mejor esta nada este tiempo que se arrastra. Nos hará eternos en los callejones del retiro.

Esta siniestra oscuridad, este corazón roto. Esta agonía saludable es preferible, confortable, conocida. 

NO te atrevas, porque esta nada no tiene sentido sin ti. Porque esa otra nada me aguarda. Prometo estar poco tiempo, prometo que habrá luz para ti en el final. Prometo sin cumplirte.

Pero te irás. Montarás el puente de luz. Bifrost será tu hogar y el mío Naglfar. Sin llamas se irá mi barca, pues la luz sería odiosa.

miércoles, 29 de febrero de 2012

Buscando al asesino

Ando buscando al asesino

Ando buscando al asesino silencioso e inescrutable. A la sempiterna certeza

de la incertidumbre ignorada.

Estoy en la búsqueda de aquel que es lo que no.

Que a imaginaciones promete con cantos de sirenas lo que las sirenas ignoran

Quiero encontrarlo y decirle

que no me ha traído paz su actuación ni consuelo su olvido.

Que lo ando esquivando, como quien quiere encontrarlo. Aunque de nada sirve, hallarlo dos veces.

Quiero decirle que lo odio por esconderse en la sangre de mi sangre. Que se engendró en lo externo (en el corazón) y crece para morir por dentro.

Te ando buscando con uñas y dientes, con olvidos, bizarrías y villanías.

Te ando buscando en palabras y ollas, vasos y cámaras, nadas y todos.

En perdidas rutinas, como si el tiempo pudiese detenerse

Como si el tiempo fuese.