viernes, 29 de junio de 2012

El mal que pesaba sobre Jorge Centurión. Capítulo II


II

            Con una taza de café  en mano me dirigí a la celda de Jorge Centurión, dispuesto a oír su versión de
  la historia. Para no abundar en excesivos términos clínicos, simplemente diré que el expediente que llegó a mis manos con los resultados de la evaluación psiquiátrica realizada a mi paciente afirmaba que el mismo no 
poseía la capacidad de distinguir entre la realidad y las ficciones que elaboraba su mente. Aquellas imaginaciones que poblaban su pensamiento lo volvían peligroso tanto para quienes lo rodeaban como para sí mismo.
Los resultados de su estado mental habían dejado un número de ocho asesinatos brutales. Las víctimas habían sido previamente torturadas con alevosía y aparente rencor. Un solo hecho me resultaba curioso, Jorge no conocía a ninguna de sus víctimas. En algunos casos había debido viajar grandes distancias, hasta otras provincias inclusive, para llevar acabo los asesinatos. El informe policial parecía indicar que la forma en la que había operado demostraba un gran conocimiento de las actividades de sus víctimas así como de sus hogares. Esto, vuelvo a repetirlo, era imposible ya que, en la mayoría de los casos, Jorge no había tenido contacto alguno con ellas durante toda su vida.
No pareciera tampoco haber ningún patrón en la selección de las víctimas. Estas pertenecían a ambos sexos. Sus edades variaban desde los veinte años hasta los sesenta y cinco, atravesando los treinta, los cuarenta y los cincuenta.
En ninguno de los asesinatos podía verse tampoco un patrón preestablecido para torturar o quitarle la vida a sus víctimas. Parecía actuar sin seguir un plan o sin un gusto particular, como si gustase de probar métodos aleatorios para inflingir dolor en sus víctimas.
La pregunta que cabía hacerse entonces era: ¿Por qué? ¿Por qué un joven pintor de veinticinco años, abandona una vida normal, sin antecedentes policiales o de problemas psiquiátricos y dedica tres años de su juventud a torturar y asesinar personas contra las que no podía poseer encono? La respuesta que él otorgó a quién quisiera oírlo desde el primer día les aseguro que jamás la había oído con anterioridad.
De acuerdo con la información que figuraba en el expediente, Jorge no había modificado en ninguna ocasión sus declaraciones. Desde el primer momento en que fue apresado por la policía local, hasta su última conversación con el fiscal. Una y otra vez explicó el porqué de sus actos con la misma justificación.
Trataré de explicar aquí para ustedes, los motivos bajo los cuales Centurión justificaba sus acciones. De acuerdo con sus afirmaciones, era víctima de un curioso padecimiento, el que lo llevó a cometer los atroces asesinatos a causa de los que fue apresado. Disculpen si demoro en relatarles la causa de los trastornos de Centurión, pero sucede que si no comprenden o deciden aceptar estas causas, entonces no podrán comprender sus acciones. Su justificación, debo decirlo, no se asemejaba a ninguna que yo hubiera oído antes en ninguno de mis pacientes.
Jorge afirmaba que las almas de hombres y mujeres, víctimas de asesinatos violentos, sucedidos días, meses o años antes de los crímenes cometidos por él, reencarnaban en su cuerpo. Sé que suena increíble, también lo fue para mí. Sostenía que las almas de estos hombres y mujeres se hallaban dentro de él, pero no poseían su cuerpo o sus acciones. Simplemente se limitaban a hablarle y a suplicarle u ordenarle que las vengue. Si se negaba o deseaba no hacerlo, ellas le imponían sus recuerdos. Así llamaba Centurión a lo que sucedía cuando comenzaba a ver las muertes de las víctimas que se hallaban en su mente a través de los ojos de estas. Ellas le mostraban los atroces sufrimientos de los que habían sido víctimas, la forma en que sus asesinos los torturaron con furia o con desidia según el caso.
Realizó estas afirmaciones una y otra vez. Aportando detalles cuando se lo solicitaban. Explicando cómo y cuando asesinó a cada persona y explicando paso a paso su proceder, sin demostrar placer ni remordimiento por los actos cometidos. Aunque tampoco se podría afirmar que le fueran indiferentes. Tan solo parecía un hombre consumido por una pena extraordinaria.
Dependía de mí decidir si todo aquello que había declarado era parte de una estratagema ideada con el único objetivo de escapar a la prisión, o si por el contrario, se trataba de una clase de delirio muy particular. Si me hallaba frente al último de estos casos entonces me disponía a documentar de la manera más precisa posible el mal que pesaba sobre Jorge Centurión.