Kryptonita: Un Superman argentino entre Patoruzú y Afanancio
Mi primer contacto con la fantasía heroica no
proviene de los mitos griegos o americanos. Los primeros años de mi imaginación
no se moldearon en base a los héroes épicos provenientes de la tradición
literaria europea. Tampoco fueron los superhéroes norteamericanos los primeros
que utilizando disfraces y súper poderes, me hicieron querer combatir a los
villanos y defender a los inocentes.
Los primeros personajes que comenzaron a formar mi idea de lo que debía
ser un héroe fueron El Zorro y Patoruzú.
Solía comprar todos los fines de semana (o cada
quince días, ya no lo recuerdo con precisión) las historias de ese aborigen
bueno, generoso y lleno de imprecisiones
históricas que Dante Quinterno había creado. Uno de los elementos que llamaba mi
atención era que su vocabulario era similar al que yo oía todos los días, el
otro era que el escenario de sus aventuras era la misma Patagonia que yo
habitaba.
Había algo mágico, especial, en Patoruzú. Algo que
hacía que si bien yo no esperaba cruzármelo en la calle como algunos niños
miran el cielo esperando a Superman, tampoco podía estar seguro de que no
existía.
En esa línea imprecisa entre la realidad y la ficción
ubicaba a Patoruzú en mi mente, hasta el día en que, al adquirir la última
revista que registraba las aventuras del Cacique Tehuelche, noté algo extraño.
Transitadas las primeras páginas de la revista descubrí con una sensación
imprecisa que la historia la conocía, que ya la había leído. Lo que había sido
publicado como una historia nueva (hasta lo decía en la tapa) era en realidad
una vieja historia a la que se le había colocado una nueva tapa. Este
descubrimiento quebró algo en la manera de percibir las historias de Patoruzú.
Indudablemente él era ahora un personaje de ficción. No era real. Era tan
lejano para mí como el Zorro que residía en California. Ya no era real.
El tiempo pasó y luego vinieron los superhéroes
norteamericanos. Los de DC comics preferentemente. Batman (mi favorito),
Superman, Wonder Woman, etc. Con estos nuevos héroes nunca tuve la cercanía que
había tenido con Patoruzú, eran personajes de ficción. Por algunos de ellos
sentía gran aprecio y admiración, pero no era nada más que eso. De alguna
manera, aunque su ética y moral en la mayoría de los casos eran tan o menos
intachables que la del cacique, eran más modelos a seguir que personajes que yo
deseaba conocer. Sus ciudades eran ficticias y muy distintas a las que yo
conocía, su tecnología era superior e inexistente, sus vestimentas eran
extrañas y en algunos casos poco apropiadas para una actividad física que
incluía viajar al espacio, saltar edificios y luchar contra seres todopoderosos.
Luego de
leer Kryptonita de Leandro Oyola volví a
sentir esa sensación de que los superhéroes pueden estar allí afuera.
Pero no con trajes especiales ni poderes demenciales. Ni siquiera precisan ser
superhéroes a la manera que la define el comic, pero una pizca de realidad
puede haber en las historias de Batman o Superman.
Esta percepción proviene del uso que hace el autor de
un recurso ya conocido en el mundillo de los comics, me refiero a lo que la
compañía DC Comics, editora de las historias de los superhéroes mencionados
anteriormente denomina Elseworlds (literalmente,
"Otros mundos"). En estos Elseworlds a los autores se les permite
cambiar detalles de las historias de sus personajes. Alterar su Presente,
futuro o pasado para situarlo en un lugar o situación distintas a las de su
historia regular. Producto de esta alteración hemos tenido un Superman
comunista o medieval, un Batman nacido en metrópolis, héroes intentando detener
el juicio final y un largo número de etcéteras. Todas estas historias
parecieran plantearse como la respuesta a una pregunta, por ejemplo ¿Qué sucedería si Superman nunca hubiese
dejado Krypton?
Kryptonita pareciera
haber surgido como respuesta a la pregunta ¿Qué
hubiese sucedido si los superhéroes de la liga de la justicia hubiesen nacido
en el conurbano bonaerense? La respuesta es aparentemente muy sencilla: Serían delincuentes.
Pero tras la aparente sencillez de la respuesta no se
encuentra una simple traslación de los personajes a nuestra tierra y un cambio
del deseo de justicia por una sed de injusticia. Así como Afanancio, el célebre
personaje de la historieta nacional de los años 60´s y 70´s era ladrón y al
mismo tiempo un justiciero, ya que si bien su cleptomanía lo llevaba a cometer
delitos, muchas veces, sus víctimas eran otros delincuentes, los personajes de Kryptonita guardan algo de esa dualidad
debido a que el autor busca trazar la formación de los mismos a través de
hechos relevantes de su vida y si hay algo que se repite en todos los
personajes, en todas las anécdotas y situaciones es la injusticia. Desde el
comienzo mismo del libro, que tiene por escenario la guardia de un hospital, la
injusticia se hace presente con la muerte de un delincuente menor de edad al
que los médicos no intentaron salvar. Este hecho no es presentado como una
novedad por el narrador. El médico que relata la historia nos lo señala como un
suceso común, al igual que las guardias extensas o la locura y el alcoholismo
de sus colegas. La muerte del muchacho convoca al consultorio a un demonio
amarillo, el Demonio Etrigan (aunque nunca es llamado con su nombre). Este
personaje poco conocido, excepto para los lectores de comics, permanecerá allí toda la obra como un
recordatorio de la injusticia cometida.
Pini, conocido como Nafta Súper, nuestro Superman
criollo, el líder de una banda de delincuentes, es llevado de urgencia al
hospital con un pedazo de vidrio verde perteneciente a una botella de cerveza Heineken. La historia de Nafta Súper es
contada por el resto de los miembros de la banda: Lady Di, un travesti que
encarna a La Mujer Maravilla, Ráfaga (Flash), Faisán (Linterna Verde) y otros,
Pini jamás hablará con voz propia en toda la historia, cada personaje recordará
una anécdota, una situación que nos permitirá ir caracterizar tanto la
personalidad de Nafta Super como la suya propia y el entorno en el que se formaron.
Es una historia llena de desigualdades, marcadas desde la niñez de los
personajes. Esa es una lección que todos ellos aprendieron de pequeños. Como
cuando Pini, de niño, esperaba que Carozo y Narizotas fueran hasta su casa a
tomar la merienda con él como hacían en su programa de televisión hasta que
alguien le contó que los adorables peluches nunca cruzaban la avenida General
Paz.
La historia no busca en ningún momento resaltar los
poderes que poseen los personajes (aunque estos poderes son reales) sino su
comportamiento, su entorno, su mundo lleno de carencias, calles de tierra,
muertes evitables como la de la familia de Faisán al incendiarse la casilla en
la que vivían o dificultades para acceder a una adecuada atención médica. Esto
último queda claro cuando se narra que el hijo de Pini debió someterse a una
operación y si no fuera por la intervención del Pelado (Lex Luthor) hubiese
sido imposible por carecer de obra social . Cabría señalar a la hora de hablar
de la construcción de la realidad que en el libro, a la hora de la recreación
del discurso de los personajes, criados en un ambiente marginal, son dueños de
una gran claridad y orden en el discurso. No existe una representación exacta
de lo que tradicionalmente esperaría del tradicional discurso marginal o
delincuencial (con todos los preconceptos correspondientes y suponiendo que
existiese un discurso delincuencial y
marginal) que eso conlleva. Los personajes poseen un discurso claro y ordenado
que se encuentra coloreado con algunos vocablos y giros idiomáticos
pertenecientes a los grupos anteriormente mencionados. Llama también la
atención el correcto uso del inglés en algunos casos, por parte de personajes
que no comentan haber tenido educación formal en el idioma. Si bien Kryptonita no es un libro al que podría
clasificarse de la escuela Realista pareciera
buscar mantener un importante grado de credibilidad que haga al lector
identificarse o reconocer ese mundo que habitan y esas situaciones que
atraviesan los personajes. Quizás el capitulo que menos respeta esta intención
de credibilidad es el que recrea la muerte de Superman.
La muerte de Superman fue un manotazo de ahogado de
la compañía editora de las historias del superhéroe que veía como las ventas
disminuían, y para rescatarlo de la desaparición decidió matarlo, sólo para
revivirlo unos meses después. En Kryptonita
el autor parodia la historia haciendo de Doomsday, asesino de Superman y
personaje creado especialmente para esa historia, un policía denominado Cabeza
de Tortuga por la indumentaria del equipo especial GEO que utiliza. Todo en
esta escena es exagerado, pero algo queda en claro: nada puede matar a Pini,
excepto ese pedazo de vidrio clavado en la espalda que hizo que debieran
llevarlo a la guardia del hospital, dejando en vilo a todos los personajes que aguardan su
recuperación. Mientras tanto la policía se agolpa a las afueras del hospital,
buscando el momento oportuno para ingresar y deshacerse de la banda de la banda
de delincuentes.
Pero no es Doomsday el único villano que aparece,
también están retratados el Joker, un negociador de la policía llamado Corona
por su similitud con el cómico y el infaltable Lex Luthor, que no es policía ni
político como podría esperarse sino que también es delincuente, líder de una
banda rival.
Quien piense que al convertirse en delincuentes Oyola
de alguna manera traicionó el espíritu de estos Superhéroes que pertenecían a
La liga de la justicia se equivoca. Los personajes de Kryptonita aun siguen buscando justicia, pero una justicia que les
permita sentirse iguales dentro de un sistema que diferencia, separa, aparta y
crea desigualdades. En el comic norteamericano los superhéroes luchan por
mantener al sistema funcionando y hacer justicia dentro de ese sistema, con
Superman como máximo representante. En Kryptonita
la única manera que encuentran Nafta Súper y sus compañeros de hallar la
justicia que nunca se les otorgó de mano de un sistema que excluye, rechaza y
genera desigualdades es volverse contra el mismo y enfrentarlo desde la
marginalidad.
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