domingo, 22 de abril de 2012

Capítulo I de "El mal que pesaba sobre Jorge Centurion"


El mal que pesaba sobre Jorge Centurión.



I

            Mientras permanecí como director del instituto de salud mental Rudzik no hubo siquiera un caso que pudiese producirme inquietudes más allá de las mínimas y necesarias correspondientes a un profesional de la salud mental. La ciudad de N. no parecía favorecer al trastorno mental de sus residentes. Era ese el motivo por el cual, durante meses, danzó en mis pensamientos la idéa de partir hacia la capital en busca de una actividad intelectualmente más desafiante, aunque esto representara la perdida de un puesto tan importante como el que poseía.
            Me hallaba más cerca que nunca de convertir este pensamiento en acción  cuando Jorge Centurión me otorgó aquello que estaba buscando, un desafío.
            Me sorprendió verlo por primera vez, aunque al momento de su ingreso en el instituto ya había observado su figura al menos una centena de veces entre sus apariciones en los diarios y la televisión. Debo decir que me hallé un poco desilusionado en aquel momento. Un detalle que había captado mi atención acerca del comportamiento de Jorge Centurión era su mirada. Esta, firme y decidida, jamás se encontraba con la de su interlocutor. En todas las entrevistas presentadas por la televisión o en las fotografías publicadas en los diarios su mirada no se encontraba jamás con la cámara o el entrevistador. Mantenía su rostro dirigido hacia su falda y sus ojos encontraban el suelo o los lados. De tanto en tanto observaba a su interlocutor por el espacio fugaz de un segundo y volvía su mirada al suelo.
            Al ingresar al instituto, rodeado de una multitud de periodistas provenientes de la capital y otras provincias, clavó su mirada en mí. El lapso de tiempo fue apenas el de unos escasos segundos. Sin embargo fui incapaz de hallar aquella dureza que creía descubrir en él cuando observaba sus apariciones en televisión. En aquel breve contacto visual atisbé a un hombre doblegado por el peso de un dolor imposible de sobrellevar por más tiempo. No parecía un hombre seguro, y para poder realizar aquellos actos aberrantes de los que se lo acusaba se necesitan ambas cualidades, seguridad y firmeza. Ignoro si yo veía lo que quería ver en él, mediando entre nosotros una cámara, o si realmente el hombre que entró en mi institución era un hombre de actitud distinta a la que yo había observado hasta entonces.
            Jorge fue conducido a su habitación. Hubo que combatir a los periodistas hasta lograr expulsarlos a la calle. Luego hubo que expulsar a todos los fotógrafos que se hallaban ocultos en el interior del instituto (algunos de ellos inclusive disfrazados) con la esperanza de obtener una foto del nuevo interno.
            Luego debí soportar una conferencia de prensa, interminable e inútil, en la que repetí hasta el cansancio que no podía afirmar si el paciente era realmente un trastornado mental o no, ya que aún no había entrado en contacto con él. Afirmé, de todas maneras, que confiaba en el juicio del psiquiatra que había declarado a Jorge Centurión incapaz de ser juzgado debido a que su estado mental no se correspondía con el de una persona en su sano juicio, pero que mi deber era realizar una nueva pericia y eso llevaría tiempo.
            Para cuando hube terminado, simplemente deseaba llegar a mi hogar para abrazar a Celina y a mi pequeña Melissa. En el trayecto medité acerca de cuanto había mentido en las entrevistas. Si bien era verdad que jamás había hablado con Centurión, ya me había hecho a la idea de que su locura era real y no fingida. Aunque para afirmarlo debía esperar aun el transcurso de un día, hasta nuestra primera entrevista. Debía actuar con extrema cautela, pues el periodismo de todo el país se hallaba ansioso por obtener novedades acerca del hombre que había ganado la atención y despertado el horror en todos los que habían oído acerca de su existencia.


NO te duermas. Entre los brazos del día y las fauces del sonido.

NO te vayas, entre palabras que alfombran los pasos de la luz.

NO te vayas, quédate en esta confortable oscuridad. EN este avasallador silencio. Entre pasillos vacíos y momentos muertos.

NO dejes que tomen tu mano las alegrías, que no te invadan las carcajadas, que no, que no, que no, que no.
 NO digas si. NO aceptes. Es mejor esta nada este tiempo que se arrastra. Nos hará eternos en los callejones del retiro.

Esta siniestra oscuridad, este corazón roto. Esta agonía saludable es preferible, confortable, conocida. 

NO te atrevas, porque esta nada no tiene sentido sin ti. Porque esa otra nada me aguarda. Prometo estar poco tiempo, prometo que habrá luz para ti en el final. Prometo sin cumplirte.

Pero te irás. Montarás el puente de luz. Bifrost será tu hogar y el mío Naglfar. Sin llamas se irá mi barca, pues la luz sería odiosa.